¿Sabías que las míticas “balas plateadas” ganaron su primer Gran Premio de Automovilismo gracias a un kilo de pintura de su carrocería?
Hasta 1934 las competiciones internacionales de automovilismo se desarrollaban en un contexto que podríamos definir de “Fórmula Libre”. En otras palabras: si conseguías los recursos suficientes para presentarte en una carrera con un vehículo competitivo, daba igual cuál fuera su cilindrada o su peso. Pero aquel año, todo cambió. Tanto... que un kilo de pintura blanca fue decisivo para que la escudería de Mercedes lograra el triunfo en el primer Gran Premio de la temporada.
En los albores del siglo XX los bólidos que salían de los talleres, casi artesanos, de los grandes fabricantes alcanzaban velocidades de hasta 300 kilómetros por hora en unas pistas y con unos equipamientos de seguridad claramente insuficientes para esas magnitudes. De hecho, la siniestralidad entre pilotos y expectadores ofrecía cifras escalofriantes.
Con ánimo de poner un poco de racionalidad en el desarrollo de la nueva disciplina deportiva, las autoridades del deporte del motor internacional establecieron algunas restricciones al diseño de los coches, fundamentalmente en lo relativo al peso. Así, en 1934 se fijó un peso máximo para los vehículos en la alta competición de 750 kilogramos, aunque podían ser de cualquier cilindrada y no había limitación alguna en cuanto al tipo de combustible.
Llegamos así al verano de 1934. Con las espadas en todo lo alto. Y varios pilotos y escuderías en condiciones de optar al Gran Premio del Club del Automóvil de Alemania a disputar en el circuito de Nürburgring, entre ellos el germano Manfred von Brauchitsch.
Ocurrió que en la víspera de la carrera, el nuevo y flamante Mercedes W25 sumaba en romana 751 kilos, uno más que el peso máximo permitido. Se trataba de un duro golpe para el “jefe” del equipo Mercedes, Alfred Neubauer, que apenas unos días antes había tenido que enfrentar la baja de su piloto estrella, el italiano Caracciola. ¿Qué hacer? ¿Abandonar? El astuto Neubauer no era de los que tiraban la toalla fácilmente. Y así queda recogido en su biobrafía. “¿Qué hacer? La carrera es mañana. No puedo ordenar que desmonten todas las partes vitales del monoplaza… Todo está pensado y calculado hasta el gramo”, se pregunta confuso. Mientras, von Brauchitsch, tampoco ayuda: “Bonita perspectiva. A ver si se le ocurre a usted una de sus afortunadas ideas. De otro modo… nos vamos a lucir”. “¿Lucirse?”, se interroga Neubauer, y da con la solución: “¡Naturalmente, nuestra pintura brillante, esa es la solución!”
De manera que durante toda la noche, los mecánicos y carroceros del equipo raspan la superficie lacada en blanco, en un blanco muy billante, del vehículo, hasta dejarlo bien pulido, y con un característico color plata. Temprano, el coche vuelve a la báscula, sin pintura, pero con 750 kilos justos. Von Brauchitsch puede tomar la salida. ¡Y gana la carrera! Nace la leyenda de las “flechas de plata de Mercedes!
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