¿Cómo sacar el arte de los museos y las galerías y hacerlo llegar a personas que ni siquiera tienen mucho interés en acercarse a ese tipo de espacios? Era la pregunta que rondaba la mente de Jaime Colsa, un exitoso empresario en el sector logístico con una empresa especializada en el transporte urgente de mercancías. Podemos aventurar que la respuesta la obtuvo casi por casualidad, mirando su flota de camiones. La carretera sería la galería. Los camiones, el lienzo.

Dicen que la piel humana es un órgano. De hecho, el más extenso. Y aunque a menudo nos olvidamos de ella, requiere de cuidados. Sufre enfermedades. Acusa el paso del tiempo. Todos tenemos algún producto cosmético para cuidarla e incluso embellecerla. Alguna crema para hidratarla.  Otra para protegerla del sol. Algún agua de colonia para refrescarla y que huela bien. Pomadas para combatir problemas momentáneos. Si extrapolamos esto al mundo del motor, podemos decir que el coche también tiene piel. Que es un organismo y, como tal, requiere cuidados. Cuidados en su interior, para que la máquina funcione. Pero también cuidados en el exterior, en su piel.

Desde el comienzo, en la industria del automóvil, como en todas las industrias, ha habido un afán por mantener ciertos secretos. Por supuesto, esto afecta a soluciones tecnológicas o de ingeniería. Pero también al mismo diseño de los vehículos.

Ay, los golpes de chapa… Son el tipo de incidente en carretera más frecuente. Cuantos más vehículos se mueven, más golpes de chapa hay. Es lo que nos dice la estadística: que hay una relación proporcional.

Un coche puede ser elegante, deportivo, poderoso, vintage, retro, moderno, futurista, puro, utilitario, soñador, vanguardista, innovador, curioso, bello, clásico, ostentoso… Pero, ¿puede un coche ser… gordo?